Introducción
La
historia del pensamiento humano está atravesada por todos los conflictos del
poder. Estos conflictos lo asedian desde el momento en que tuvo lugar el
nacimiento de las jerarquías, las separaciones sociales, la división en clases.
En medio de esta carnicería de dominaciones los hombres se separan entre sí
estableciendo leyes, ritos, normas sociales, valores, escuelas, doctrinas,
sectas, castas, etc, que los separan arbitrariamente constituyendo añadidos
superfluos a sus vidas, grandes organizaciones innecesarias que los convierten
en autómatas neuróticos que repiten los movimientos mecánicos de su
esclavitud.. Los sistemas de poder han distribuido a los hombres en las jaulas
pre-fabricadas donde vienen a nacer y a crecer, adoptando así los roles
sociales que interiorizarán bajo la forma de ideologías. De esta manera, el
escenario pre-fabricado que la sociedad de clases viene a ofrecerles desde su
nacimiento, se convierte en su hábitat natural, adoptando así la subjetividad
correspondiente que asegura la consistencia perdurable de las relaciones de poder.
La
historia del pensamiento se presenta así como la historia de las luchas, de las
afirmaciones y las negaciones, de las distribuciones de sujetos y objetos, que
son el corolario necesario de estas construcciones arbitrarias por las que los
hombres se someten unos a otros. Ocurre, sin embargo, que cierto tipo de
autores “malditos” no participan de estas distribuciones. Ellos reniegan de los
roles sociales y de las vanas discusiones, encuentran un placer especial en
hacer saltar los resortes que mantienen el decorado. Suelen preferir una vida
verdadera, al margen del reconocimiento o los puestos oficiales. Su mayor
placer es deconstruir y diseccionar todo lo que los hombres suelen tener por
seguro y valioso. Ellos no ven allí sino el artificio arbitrario que los ata a
una vida superflua, que los aleja, de hecho, de la vida. En el reencuentro con
la Vida, estos autores ríen y gozan de una existencia que se ha vuelto ligera,
sencilla, espontánea y sin complicaciones. Encontramos en ellos un punto de apoyo
para la subversión. Nietzsche, Spinoza, Epicuro, Lucrecio… con su risa nos
desatan, nos devuelven a una existencia pura, a la percepción de lo que es
inútil en el centro de nuestras mayores obsesiones. Como ellos también los
filósofos taoístas, se apartaron de los principales roles marcados por los
aparatos de dominación de su época. Y a ellos queremos presentarlos aquí. Ellos
fueron grandes críticos de todas las corrientes filosóficas y religiosas que
santificaban la vulgaridad de la servidumbre, su teatralidad, su
insustancialidad. Son los grandes deconstructores de la subjetividad oriental,
enfrentados a las diversas escuelas del poder, pero apartados en vidas
sencillas al margen del alboroto de las luchas de poder. Su crítica demolía
todas las separaciones arbitrarias entre los hombres y sus respectivos
ridículos roles, todos los valores establecidos y los ridículos rituales
obsesivos que los sostienen. No pretendían imponer su verdad, su doctrina, pues
bien sabían que la verdad no se puede (no se deja) confiscar. Su único trabajo,
liberar, ante todo, de esa pretensión. Pues toda escuela no es otra cosa que
una visión parcial que se hace pasar por la Verdad Revelada y que pretende
exterminar a todas las demás. Toda escuela es por tanto, ideología de un concreto
aparato de dominación que se define por su oposición y lucha frente a otros. Es
por ello que los taoístas no creían en ellos en tanto que escuela enfrentada a
otras escuelas. No luchaban por tener razón, sino que pretendían, en tanto que
filosofía de liberación, la destrucción absoluta de toda escuela. No aportaban nuevas ideas frente a las otras, sino
que ayudaban al desprendimiento de todo superficial e inesencial que venía a
distorsionar la vida de los hombres. Su objetivo, no tanto enunciar la verdad o
la palabra de la liberación, como destruir y eliminar todo lo que obstaculiza,
en cada uno de nosotros, que esta verdad y esta liberación se pronuncie por sí
misma.
Los
taoístas
“Confucio era amigo de Liuxia Ji.
Este tenía un hermano pequeño al que llamaban Zhi el Bandido. Zhi el Bandido
había reunido una gran partida de nueve mil hombres, con la que recorría todo
el imperio. Invadía los territorios de los señores feudales, saqueaba las
casas, se apoderaba de los búfalos y caballos, raptaba a las mujeres y a las
hijas. En su codicia no perdonaba ni a sus propios parientes; no miraba por sus
propios padres y hermanos, ni ofrecía sacrificios a los antepasados […]
Dijo Confucio hablando con Liuxia
Ji: “Un padre debe ser capaz de amonestar a su hijo, y un hermano mayor, de
aconsejar a su hermano menor. Si un padre no es capaz de amonestar a su hijo, y
un hermano mayor no es capaz de aconsejar a un hermano menor, el parentesco
entre padres e hijos, y entre hermanos, pierde todo su valor y respeto. Hoy, su
señoría es uno de los hombres más dotados de este mundo nuestro, mas no es
capaz de aconsejar a su hermano pequeño, Zhi el Bandido, verdadero azote del
imperio. Qiu, en su fuero interno, siente vergüenza por su señoría. Qiu pide a
su señoría le de licencia para ir en su nombre a persuadir a su hermano>>
[…] Entró el jefe de guardia a
informar[que había venido Confucio a visitarlo]. Así como Zhi el Bandido lo oyó
montó en grandísima cólera, que sus ojos echaron centellas y el gorro se le
movió al erizársele el cabello.¿Acaso no es ese el tal Confucio, taimado y
falso, personaje del estado de Lu? Decidle de mi parte: <<Andas
inventando dichos y palabras, que después atribuyes falsamente a Wen y Wu. Te
tocas con un gorro que parece una enramada, y te ciñes un cinturón de piel de
búfalo. Mucho hablar y sólo dices alpabardas. Comes lo que no has cultivado y
vistes lo que no has tejido. Mueves los labios y meneas la lengua para
sentenciar a tu grado y voluntad qué es verdadero y qué falso, y así extravías
los soberanos del mundo y no dejas que los hombres doctos retornen a su
naturaleza original. Te has inventado la piedad filial y el respeto al hermano
mayor para sacar provecho de los señores feudales, de los ricos y de los
nobles. Enormes son en verdad tus crímenes. Vuélvete a más andar que si no, me
comeré tus hígados de cena>>
[Pese a tales palabras Confucio
insiste en presentarse ante él y entablan un largo diálogo, sigue hablando el
Bandido]
-[…] En la remota antigüedad las
gentes no sabían de vestidos; en verano hacían provisión de leña para
calentarse en invierno. Por eso se les ha llamado “hombres que sabían vivir”.
En tiempos de Shennong, dormían tranquilos y se levantaban contentos. Se
conocía a la madre, pero no al padre. Vivían en compañía de los grandes ciervos
y de los pequeños. Comían lo que cultivaban y se tejían sus vestidos; y nadie
pensaba en hacer mal a su vecino. Fue la época en la que floreció la suprema
virtud. Mas el emperador amarillo no pudo alcanzar esa virtud; libró una gran
batalla contra Chiyou en los campos de Zhuo Lu y corrió la sangre en cien li.
Entraron en acción Yao y Shun y establecieron una muchedumbre de consejeros.
Tang desterró a su soberano y Wu asesinó a Zhou. Y desde entonces los fuertes
han oprimido a los débiles, y los más han hecho violencia los menos. Después de
Tang y de Wu, todos han sido causantes de las desgracias del pueblo.
Y ahora que vos os habéis dado a
cultivar los principios de Wen y de Wu, y os habéis apoderado de la elocuencia
del imperio para instruir a las generaciones futuras. Con vuestra amplia túnica
y vuestro fino cinturón, usáis de falsas palabras y de hipócritas acciones para
embaucar a los soberanos y ganar riquezas y honores. No hay bandido más grande
que vos. ¿Por qué, entonces, no os llaman Confucio el Bandido, en lugar de
llamarme a mí Zhi el Bandido?”
El texto, la diatriba contra
Confucio, continúa y sólo acaba cuando éste sale corriendo, contraviniendo la
etiqueta ritual y la dignidad, para salvar la vida o el alma ante la embestida
de Zhi el Bandido, que lejos de amilanarse con la prédica moral del Maestro le
da la vuelta como a un calcetín sucio para mostrarla en sus contradicciones y
mentiras.
¿Quiénes son los taoístas?
Resulta difícil contestar a esta pregunta al constatar que los así agrupados
responden a
pensamientos muy
heterogéneos, contrarios incluso
, o al advertir que el
concepto de Tao es común a muchos pensadores, también de otras escuelas
(confucianos y legistas), y que su significado, además, puede y debe traducirse
en cada contexto de manera no unívoca, menos aún sustancializando el término y
explicando por éste el pensamiento de los diversos autores. Sin embargo, creo
que existe un nexo común en todos ellos, su desafección al orden social. Una
desafección profunda e intensa que los más diversos autores no dudan de
calificar como anarquista
y que si bien adopta
soluciones individuales no por ello deja de sustentarse en una postura crítica
de carácter
social. La crítica taoísta
desestima cualquier participación política, toda convención, institución
social, cualquier tipo de estado. El taoísmo filosófico, más allá de sus
orígenes chamánicos y mágicos sobre los que nos advierte Marcel Granet
, constatables aún en algunos
de sus textos, es expresión de un rechazo social radical y de subversión de los
valores de la sociedad decadente de los Zhou. Para Jesús Mosterín, la
desintegración del feudalismo de los Zhou propició la huida de muchos nobles
arruinados que habían perdido la confianza en la política y el estado. Asqueados
de la sociedad se retiraron al campo, en bosques y montañas, huyendo de las
reglas sociales y contraponiendo éstas al ideal de vida libre, espontánea y
natural, en armonía y sintonía con el Tao, el fondo último del universo.
Ya por las Analectas de Confucio
tenemos conocimiento de estos desafectos personajes, algunos locos o
extravagantes, que han huido del orden social y vagan libres por los bosques,
pero los pensadores taoístas, al menos de los que tenemos algún testimonio
escrito (sobre ellos o de ellos mismos), son posteriores (pertenecen a los
Reinos Combatientes, no a las Primaveras y Otoños), no son ya ermitaños, sino
que viven entre los demás hombres de manera anónima, escondidos, rechazando
cargos políticos, riquezas y honores, y algunos de ellos no son nobles, como
Lie Zi, del que se dice que era campesino. El modelo que va servirles de
ejemplo no será tanto el ermitaño, sino el artesano que ha abolido la
separación entre el sujeto y el objeto y sigue el Curso (Tao) como expresión de
su mismo arte, aunque la sociedad ideal a la que apuntan sea una sociedad de
comunidades campesinas pequeñas y autosuficientes, ajenas a cualquier poder
político e innovación técnica.
En ese cuestionamiento radical
del orden social se darán multitud de respuestas disímiles, pero todas ponen en
tela de juicio la dominación y sus valores. La tarea que llevan a cabo es una
subversión de los mismos en todos los ámbitos y la manera de afrontarla adopta
las posiciones existenciales más variadas.
Paréntesis cronológico
Hasta hace poco se consideraba
que el primer pensador taoísta era Lao Zi, cuya celebridad en China y en el
mundo entero es casi comparable a la de Confucio. Según Sima Qian (145-86 a.C),
historiador de la época Han, Lao Zi era conocido como Lao Dan, de la provincia
de Hu, del reino sureño de Chu y trabajaba como archivero de la corte de los
Zhou. Al parecer, según Sima Qian, habría sido contemporáneo de Confucio, quien
llegó a viajar en una ocasión hasta él para pedirle consejo sobre los ritos.
Desencantado, se habría retirado del mundo partiendo para el salvaje occidente
a lomos de un búfalo negro. Pero antes de partir definitivamente, en el último
paso fronterizo, un guardián del mismo paso le habría pedido que escribiera
algo antes de marchar y gracias a este encargo
tenemos el Laozi. Se supone que
Lao Zi vivió entre 160 y 200 años, así mismo se apuntan muchas leyendas sobre
su nacimiento sobrenatural.
Sin embargo, para la mayoría de
los estudiosos el Laozi (el Tao Te King es un título ya tardío) no puede ser
anterior a finales del siglo IV o principios del III a. C ya que ningún texto
anterior menciona su existencia y las anécdotas y dichos que citan algunos
libros, atribuyéndolas al personaje, no tienen mucho que ver con lo que expresa
el Laozi.
Según Angus. C. Graham el mito
podría haber surgido de la anécdota de Confucio yendo a solicitar enseñanzas
sobre los ritos al archivero Lao Dan. Esta anécdota inventada sería confuciana
y su objeto era ilustrar la humildad y la sed insaciable de aprendizaje de Confucio.
La cosa se complica aún más cuando el filósofo taoísta Zhuang Zhou, en el siglo
III a.C, utiliza al personaje de Lao Dan, al igual que el de Confucio, en
anécdotas ficticias para exponer su propio pensamiento y, de paso, burlarse del
confucianismo. El caso parece ser que fue que el personaje de Lao Dan, por
estas vías, adquirió renombre y fue utilizado por un autor taoísta en el siglo
III a.C, del que no sabemos nada en absoluto, para exponer su propio
pensamiento. Como en el 374 a.C un historiógrafo de la dinastía Zhou, también
llamado Dan, aunque con otra grafía, había predicho el auge del reino de Qin,
la escuela que seguía las enseñanzas de Lao Zi identificó ambos personajes para
ganar el favor de su señor, el futuro primer emperador, inventando además la
historia del viaje de Lao Zi hacia occidente (que era donde se encontraba Qin y
el paso fronterizo en cuestión). Posteriormente los descendientes del
mencionado historiógrafo afianzarían la identificación de su antepasado con el
ficticio Lao Dan por propio interés. De este modo Sima Qian pudo, siglos
después, reconstruir el origen en su biografía los datos sobre su lugar de
nacimiento en la provincia de Hu del reino de Chu. En este mismo periodo (en la
dinastía Han) se formalizó la división entre escuelas y como Lao Dan era
anterior a Zhuang Zhou se estableció que el fundador de la escuela taoísta
había sido Lao Zi.
Pero eso no es todo, para
alimentar la confusión cronológica y reforzarla, el Zhuangzi, no sólo recoge
anécdotas del ficticio Lao Dan, sino también de Lao Zi (pasajes del Laozi).
Ello se debe a que el libro sólo es obra de Zhuang Zhou en sus siete primeros
capítulos, los llamados libros interiores, mientras que los restantes
capítulos, sobre un total de XXXIII, los llamados libros exteriores y libros
varios, no son obra de Zhuang Zhou, sino de otros autores y escuelas
taoístas, incluso contiene interpolaciones de tendencia confuciana. El Zhuangzi
se escribió entre el siglo IV y el III a.C.
Algo similar ocurre con el Liezi, que recoge anécdotas y dichos
antiguos, posiblemente de los siglos IV y III a.C junto a textos que llegan
incluso a la dinastía Han.
Por tanto, para establecer una
cronología el primer filósofo taoísta del que nos han llegado noticias por
escrito sería Yang Zhu, tenemos constancia de él por varias fuentes, incluso
Mencio lo cita, aunque lo haga distorsionada y maliciosamente. Pero de Yang Zhu
no tenemos noticia que escribiera nada, además de las referencias dispersas de
otros autores; el Liezi, eso sí, le dedica todo un capítulo. El siguiente
filósofo taoísta conocido habría sido Lie Yu-Kou (Lie Zi), al que se atribuye
improbablemente la autoría de su propio libro, el Liezi, y que aparece ya en
los capítulos interiores del Zhuangzi. Es seguro pues que era anterior a Zhuang
Zhou, sabemos por otras fuentes
que fue un personaje real,
pero lo que no sabemos es si las anécdotas que se le atribuyen lo fueron
realmente o si fue, a raíz de su mención en el Zhuangzi, que para ilustrar la
doctrina fructificase también en un libro. Tras Lie Zi, vendría Zhuang Zi, del
que tenemos constancia de su existencia y de la autoría constatada de los
primeros capítulos de su libro que, conviene señalarlo, es pues el primer libro
taoísta del que tenemos constancia y tras él, como ya hemos dicho, vendría Lao
Zi. El Zhuangzi, el Laozi y el Liezi son los tres textos canónicos del taoísmo
filosófico.
Yang Zi
Como ya hemos dicho no sabemos
que Yang Zi escribiera nada, pero tenemos testimonios de él por diversas
fuentes y el Liezi le dedica un capítulo que lleva su nombre. Cronológicamente
sería posterior a Mo Zi y anterior a Mencio (Meng Ke) que ya lo cita no sin
escándalo. Yang Zhu defiende un anarquismo de corte individualista y hedonista.
Se da en él el mismo desprecio y crítica social hacia la autoridad y sus
instituciones que en el resto de los pensadores taoístas, pero su hedonismo
marca la diferencia con el resto. Como los demás taoístas Yang Zi desprecia la
autoridad, a los reyes, y fomenta el cuidado interior respecto a lo exterior,
que carece de importancia. Para Yang Zhu la preocupación por uno mismo debe ser
el centro de la actividad, valorar la propia vida y despreciar las posesiones y
cosas. Indiferente ante el bien y el mal, lo que debe cuidarse es la propia
vida y el cuerpo, que enlaza con la preocupación taoísta, ya desde sus
orígenes, por la salud y la longevidad.
La fama, motivo de desprecio para
todos los taoístas, ya es en Yang Zi un gran mal: “los hombres célebres no son
más que falsarios”
.
Hipócritas célebres como los reyes confucianamente ejemplares Yan y Shun deben
servirnos de advertencia pues siguiendo su camino perdemos lo más preciado, la
libertad del disfrute del presente a través de todos sus placeres;
paradójicamente la fama, como la misma jerarquía, objeto también de crítica, en
vez de procurar libertad reporta esclavitud: “Luchas sin descanso por
conquistar una efímera fama vacía, te esfuerzas en una gloria inútil que
sobreviva a tu muerte. Solitario, refrenas tus sentidos, preocupado por la
moralidad de las tendencias de tu cuerpo. Pierdes vanamente el disfrute supremo
del presente, incapaz de sentirte libre en cada instante. ¿Qué diferencia puede
haber entre esta vida y la del prisionero cargado de cadenas?”
. Ante esta semivida
inauténtica se contrapone el recuerdo de la edad de oro, cuando los hombres
vivían libres, sin jerarquías, sin moral, sin fama.
Yang Zi reivindicará pues el
goce, dar solaz al cuerpo, la muerte nos aguarda a todos por igual, es el
estado en el que se muestra la radical igualdad de todos los hombres que han
vivido sin embargo separadamente mediante jerarquías artificiales y absurdos
ritos: “Disfrutemos pues de la vida presente. ¡para qué perder el tiempo con el
más allá!”
. Debemos disfrutar de los
goces del cuerpo y huir de la pobreza tanto o igualmente como de la riqueza:
“quien sabe disfrutar de la vida evita la pobreza y el que sabe solazarse huye
de la opulencia”
.
Una vez muertos qué nos importarán pues los ritos, ya no existimos y carece de
importancia lo que se haga con nuestros cuerpos inertes y sin vida, menos aún
cabe seguirlos si es para adornarlos con joyas, piedras preciosas y otros
objetos lujosos que pueden servir a los vivos, pero es seguro que no a los
muertos. Atención al alegato anticonfuciano contra el trato (ritual) dispensado
a los cadáveres, que Yang Zi desprecia absolutamente:
“Una vez muerto, ¡qué más da
todo! Pueden incinerarme o arrojarme al agua, pueden sepultarme o dejar mi
cuerpo abandonado, pueden arrojar mi cuerpo envuelto en harpillera a una fosa
o, vestido en traje de gala, con túnica bordada, encerrarme en un sarcófago.
Poco importa lo que pueda suceder”
Incluso la promesa de una larga
vida gris, sin placeres, no seduce a Yang Zi, quien reivindica la libertad en
todo momento, libertad que se encamina a la tranquilidad de la voluntad y el
disfrute de los placeres. Un disfrute de los placeres que aunque sea
individual, se apunta que si fuera seguido por todos desembocaría en la
desaparición de las clases sociales, como lo ilustra la historia
antiejemplarmente ejemplar de los tres hermanos, uno confuciano, ministro
todopoderoso de Zheng y los otros dos claramente 'descarriados', uno por
dipsómano y el otro por mujeriego:
“[...] Esclavo del vino, Chao
ignoraba la suerte del mundo, ignoraba razones y sentimientos, desatendía la
economía doméstica, los deberes del parentesco y las celebraciones familiares
tanto las faustas como las infaustas. Hasta una inundación o un incendio, o una
espada o lanza amenazadoras, le hubieran pasado desapercibidas.
En la parte posterior de la
mansión de Mu, el hermano menor, había hasta diez habitaciones llenas de
jóvenes y bellas mujeres. Cuando le dominaba la lascivia, se olvidaba de
parientes y amigos, cortaba toda relación social y corría a las habitaciones
traseras donde pasaba los días y las noches. A los tres meses reaparecía y aún
así no del todo satisfecho. Si en la comarca aparecía una hermosa virgen, en
seguida intentaba atraerla con regalos o recurriendo a una celestina, y no
paraba hasta conseguirla.
[…] Zi Chan [el confuciano
ministro, hermano de los descarriados] aprovechando un poco de tiempo libre fue
a visitar a sus hermanos y les dijo <<Lo que hace al hombre superior a
los animales es la inteligencia, y lo que hace superior a la inteligencia es el
decoro y la rectitud. Aquel en quien se den decoro y rectitud alcanzará la fama
y un alto cargo. Pero si actúas movido por tus pasiones, si das rienda suelta a
caprichos y apetitos, entonces tu naturaleza vital estará en peligro. Prestad
oídos a las palabras de Qiao, y si una mañana os arrepentís esa misma tarde
tendréis un cargo bien remunerado>>
Ellos le respondieron:
<<Todo eso hace mucho que lo sabemos, como tiempo hace también que
nuestra elección fue decidida, ¡de qué íbamos a esperar tus palabras para
saberlo! La vida es difícil de encontrar y fácil de alcanzar la muerte, ¿a
quién se le puede ocurrir esperar una muerte fácil de alcanzar mientas posee
una vida difícil de encontrar? Y eso de apuntar a la superioridad del decoro y
la rectitud para brillar entre los hombres, y de refrenar las pasiones
naturales en aras de la fama, eso para nosotros es comparable a la muerte. Lo
que deseamos es agotar las alegrías de la vida, apurar todos los posibles goces
de estos años. Sólo nos preocupa la posibilidad de no poder degustar un buen
vino por culpa de un estómago desgastado o de ser incapaces de disfrutar
plenamente de las mujeres porque las fuerzas no llegan. Nuestra mala reputación
no nos importa ni aflige, ni tampoco el peligro que pueda correr nuestra
naturaleza vital. Tú puedes vanagloriarte de tu capacidad para gobernar el
Estado, y pretendes con tus discursos turbar nuestro corazón, y atraer nuestra
voluntad con el señuelo de gloria y cargos bien remunerados. ¡Cuán rastrero y
lamentable proceder! Queremos polemizar también nosotros contigo. Hay quien es
hábil para gobernar lo exterior, pero a veces las cosas no se dejan gobernar y
él penará por ello. Otros son hábiles para gobernar lo interior
(la propia persona) y no por ello las cosas
van a caer en el caos, por lo que su naturaleza hallará satisfacción. Tu forma
de gobernar lo exterior puede resultar durante un tiempo en el Estado, pero no
armoniza con el corazón
de los hombres. Nuestro
gobierno de la propia persona si se aplicara en el mundo entero desaparecerían
los señores y vasallos”
.
La vida es fruto de grandes
dolores y sufrimientos como para intentar prolongarla con desesperación, Yang
Zi promueve que disfrutemos de nuestro paso por ella, pero sin aferrarnos a
nada, ni siquiera a la vida misma, así, cuando nos llegue la hora conviene
abandonarse al no ser pues no hay nada que valga la pena, nada que no se pueda
dejar pasar. La vida no es más que un espacio intermedio, un interregno en el
proceso global de la vida, del proceso que rige las cosas. Este aspecto será más
tarde objeto de reflexión de Zhuang Zi, que asumirá formas estoicas, incluso
ante el deceso de su mujer.
El episodio por el que Yang Zhu
es más conocido es el que ya Mencio relatara de modo tendencioso, al decir que
no habría renunciado a un solo cabello de su cuerpo para salvar a la humanidad.
Pero en verdad el relato, según lo narra el Liezi, entre otros, presenta un
aspecto mucho más matizable. Yang Zi argumenta que los antiguos, en la edad de
oro mítica de los taoístas, no se habrían desprendido ni de un cabello para
salvar el imperio. Cuando su interlocutor le pregunta si él habría sacrificado
un cabello propio para socorrer a toda una generación entonces él argumenta que
con un cabello no se socorre a una generación y ante la insistencia en su interlocutor
en mantener la suposición es entonces cuando Yang Zi adopta el silencio como
respuesta, pero este silencio cabe interpretarse de varias maneras, al menos de
dos formas, una como negación de ayuda en el supuesto, pero otra como
confirmación del absurdo de tal suposición.
Yang Zhu parece desconfiar de las
grandes palabras igual que de la fama, su relato de las biografías de los
santos confucianos, incluidos los santos reyes y el Maestro, así lo demuestra
pues pone de relieve que bajo el manto de las grandes palabras y la fama se
escondían vidas nada ejemplares en tanto que de una gran penuria y tristeza
vital, de nuevo aquí se apuntan ya temas que los siguientes taoístas
desarrollarán con mayor intensidad, aunque sin reivindicar el hedonismo de Yang
Zi que pone como ejemplos a seguir a reyes manirrotos (cuya relación parece
estrecha con el potlatch) y hedonistas como él, considerados maliciosamente
como locos y perversos por la historiografía oficial.
Yang Zi cuestiona los hechos de
la antigüedad remota, pero de igual modo cuestiona los del presente y, más aún,
su posible conocimiento, el mismo paso del tiempo implacable, indiferente, le
lleva a cuestionarse la reputación y su pretendida importancia. Existen cuatro
motivos de intranquilidad, la longevidad, la fama, el rango social y las
riquezas, estos cuatro temores hacen que el hombre sea un “fugitivo de su
propia naturaleza” y que “su destino no le pertenezca”. Paradójicamente, y lo
digo desde este presente nuestro que ha fomentado el hedonismo consumista
inmediato que ata a cadenas de insatisfacción y nada resuelve, el hedonismo
sería para Yang Zi la llave de la liberación de tales intranquilidades,
permitiendo romper así las cadenas de la servidumbre.
Lie
Zi
Lie Yu-Kou, Lie Zi, latinizado
como Licius en el siglo XVII, es el protagonista del Liezi, también llamado
posteriormente, desde la dinastía Tang, “El libro de la perfecta vacuidad”.
Tradicionalmente se le ha atribuido a él mismo la autoría del libro, pero hoy
día se tiene como casi seguro que no fue así, sino que es una recopilación de
escritos taoístas de los Reinos Combatientes e incluso de los tiempos de la
dinastía Han. El libro tiene una historia muy accidentada, al parecer al cruzar
un río se perdieron seis de los ocho libros existentes, conservándose sólo los
relativos a Yang Zi, el resto se pudieron conseguir recopilando fragmentos de
aquí y de allá. Existe un debate sobre la persona de Lie Yu-Kou, algunos lo
consideran una invención de Zhuang Zi, que ya lo menciona en su libro, pero sin
embargo tenemos testimonios de su existencia por otras fuentes
. Lie Zi nació en el estado
de Zheng y probablemente vivió en los siglos V y IV a.C. Era campesino, un
“vulgar campesino” según el soberano y sus funcionarios, y vivió en Zengpu
cuarenta años
en completo anonimato
apartado del mundo, renunciando a la fama, los cargos y el dinero tal y como
nos narran los libros Liezi y Zhuangzi. No obstante, su anonimato y desinterés
por el poder no fue impedimento para tener muchos discípulos.
Lie Yu-Kou se nos muestra en los
textos en los que aparece como un personaje a todas luces extravagante y
anómalo. Risueño ante las adversidades, humilde hasta la exasperación para
algunos
, reconoce sus debilidades y
torpezas con consternación y afán de corregirse, como cuando subyugado por las
artes de un adivino le comenta a su maestro las mismas y tras demostrarle éste
lo errado de su juicio, radicalmente, decide guardar una suerte de ''luto''
(tres años duró, quizás fuera casual, pero es el mismo tiempo que los confucianos
guardaban el luto) consistente en un ritual que cuestionaba la misma
civilización (al dar de comer a los cerdos como si fueran personas) y su propio
género al servir a su esposa, invirtiendo los rígidos roles de lo masculino y
lo femenino:
“Después de esto, Lie Zi regresó
a su hogar convencido de que aún no había aprendido nada de su maestro. No
emprendió nada en tres años, hacía la comida a su mujer y daba de comer a los
cerdos como si fueran personas. Se despreocupó de los asuntos mundanos. Consiguió
que la gema esculpida retornara a su original estado bruto (suprimiendo de su
espíritu todo lo artificial y añadido, volvió a su prístina simplicidad); su
cuerpo era como un bloque que se yergue solitario. En medio de la agitación
circundante, permanecía impenetrable. Conservó su unidad original hasta el fin
de su vida”
Como todos los taoístas Lie
Yu-Kou huye como de la peste de la fama y los honores, incluso ante indicios
indirectos de que éstos puedan advenir toma ya medidas drásticas para evitarlos:
“El maestro Lie Zi, en viaje
hacia Qi dio la vuelta a medio camino. Se encontró con Bo Hun Mou Ren que le
preguntó: <<¿Por qué os volvéis?>> <<Porque he tenido
miedo>> le contestó. <<¿Miedo de qué?>> <<He comido en
diez puestos de sopa y en cinco de ellos me han servido antes que a los
demás>>. Bo Hun Mou Ren le preguntó: <<¿Pero por qué eso os ha
atemorizado?>> Respondiole: […] si los vendedores de sopa, que no ganan
gran cosa con su mercancía y para los que las consideraciones de interés
económico y de poder cuentan tan poco, me han tratado con tanto respeto, ¿qué
no hará el señor de los diez mil carros (el soberano de Qi). Agotado su cuerpo
y consumida su inteligencia por los asuntos de estado, no dejará de confiarme
algún cargo e intentará aprovecharse de mi eficiencia. Eso es lo que me causa
pavor>>”.
O, más drástico aún, de raigambre
casi estoica, cuando viviendo en la penuria más absoluta rechaza la comida de
su soberano para escándalo y fastidio de su mujer que, asombrosamente en un
texto de filosofía china, por única vez, contraviniendo su obligación de
obedecer a su marido
, una mujer toma la palabra
para protestar por su decisión que cree errónea (¿se debe a la causalidad este
hecho o no será que la trayectoria de Lie Zi, por su desclasamiento en el rol
masculino propicia esta intervención femenina?):
“El maestro Lie Zi era pobre. Su
aspecto, su rostro, eran los de un hambriento. Durante una conversación, un
extranjero le dijo a Zi Yang de Zheng: <<Lie Yu Kou, que es un maestro
del Tao, vive pobremente en vuestro Estado. ¿Acaso es que vos, príncipe, no
sentís ninguna afición por lo hombres cultivados>> Inmediatamente Zi Yang
dio orden a un funcionario de llevar cereales a Lie Zi Éste salió a recibir al
enviado, le saludó varias veces y rehusó el ofrecimiento. El enviado se marchó
y el maestro Lie Zi volvió a entrar en su casa. Su mujer se enojó y golpeándose
el pecho, dijo: <<Yo siempre había oído decir que la mujer y los hijos de
quienes poseen el Tao viven tranquilos y alegres. Ahora que pasamos días de
penuria, viene el soberano a ofrecernos comida y vos no la aceptáis, ¡eso es
contravenir el destino!>> El maestro Lie Zi le explicó riendo a su mujer:
<<El soberano no me conoce personalmente. Me envía cereales como regalo
por lo que ha oído de boca de terceros. Eso supone para mí una gravísima
ofensa, sobre todo por haberse guiado por las palabras de otra persona. Por esa
razón he rehusado>>
Al final el pueblo se rebeló y
dio muerte a Zi Yang”
El ideal taoísta, como decíamos,
era la vida anónima, al igual que los epicúreos, pretenden pasar desapercibidos
entre los demás, hasta el punto que dos sabios taoístas podían ser vecinos sin
llegar a conocerse, tal y como les sucedía a Lie Zi y Nan Guo Zi. La paz radica
en retirarse del sucio mundo, en rechazar sus pretendidos valores (fama,
riquezas, placeres, cargos), en “mantenerse detrás”, como las sombras, pero
precisamente para conservar la propia persona. La defensa extrema de la
autonomía individual y la espontaneidad
es fundamental en el ideario taoísta, que recela del conocimiento y otras
formas de aprender que descuiden lo interior, incluso el viaje como tal ocasión
de aprendizaje es rechazado, en el caso de Lie Zi de la misma manera drástica y
aceradamente autocrítica con la que acomete otras contrariedades en su
formación taoísta:
“Al principio el maestro Lie Zi
gustaba viajar. Hu Qiu Zi le preguntó: <<A Yu Kou le gusta viajar, mas
¿qué placer puede uno obtener de los viajes? Lie Zi le respondió: <<La
satisfacción de un viaje consiste en disfrutar de las novedades. La gente
cuando viaja contempla lo que ve; yo cuando viajo, contemplo los cambios (de la
naturaleza). ¡Viajar! ¡Viajar! Nadie puede saber lo que es un verdadero
viaje>> Hu Qiu Zi dijo: <<Los viajes de Yu Kou son como los de los
demás, ¿cómo puedes decir que viajas de forma diferente? Todo el mundo al ver
las cosas ve siempre sus cambios. Dices que disfrutas con las novedades de las
cosas y no sabes que el propio yo se renueva también constantemente. Te
entregas a viajes exteriores y no sabes entregarte a la contemplación de tu
interior. El que viaja por el mundo exterior busca su complemento en las cosas;
el que contempla su interior se realiza en sí mismo. Realizarse en sí mismo es
el viaje perfecto. El buscar plenitud en las cosas exteriores es un viaje
fallido>> A partir de entonces Lie Zi no volvió a salir de viaje en toda
su vida, consideraba que no sabía viajar.
Hu Qiu Zi dijo: <<¡Viaje
perfecto! Perfecto viajero es el que no sabe adónde va, perfecta contemplación
es no saber lo que se mira. Todas las cosas son motivo de viaje, todas las
cosas son objeto de contemplación. He aquí lo que yo llamo viajar, lo que yo
llamo contemplar. Por eso digo: ¡Viaje perfecto! ¡Viaje perfecto!>>”
La subversión de los valores
dominantes no es algo exclusivo del viaje, los taoístas llevan a cabo la misma
en todos los aspectos de la vida y para ello se valen, son capaces de advertir
la desafección en las figuras más variopintas de la sociedad, locos, tullidos,
inútiles, feos, delincuentes, amnésicos, monstruosos, indolentes,
desarraigados, ermitaños, hedonistas...o enfermos, los que son así llamados,
pero que se descubre en ellos la
verdadera salud:
“Long Shu le dijo a Wen Zhi:
<<Vuestro arte es prodigioso, ¿podríais curar la enfermedad que me aqueja?>>
Wen Zhi le respondió: <<Vuestros deseos son órdenes para mí. Pero antes
decidme los síntomas de vuestra enfermedad>> Long Shu explicó: <<No
considero algo honroso el elogio de mis conciudadanos ni motivo de vergüenza
que el Estado me repruebe. Cuando consigo lo que quiero no me alegro, ni me
entristezco si lo pierdo. Vida y muerte me son indiferentes, y lo mismo me da
la pobreza que la riqueza. Veo a los demás hombres como cerdos y a mí mismo me
veo como los demás. Vivo en mi casa como viajero en una posada. Considero mi
país como territorio extranjero. Ante todo esto ni me motivan cargos y
dignidades, ni me asustan castigos o condenas, ni me puede hacer cambiar la
idea de encontrar prosperidad, ruina, daños o beneficios, como tampoco nada
puede el temor de la pena o la esperanza de la alegría. De modo que no puedo
servir a mi soberano, ni entablar amistad con nadie, ni gobernar mi familia, ni
controlar a mis siervos y criados. ¿Qué clase de enfermedad es ésta? ¿Cómo se
puede remediar?>>
Wen Zhi […] al poco dijo:
<<...Casi os habéis convertido en un sheng ren [santo]...Hoy en día se
tiene por enfermedad la clarividencia de los sheng ren, tal vez sea esta
la explicación de vuestro caso. Mi pobre arte
no puede curaros>>”
El mundo está en permanente transformación,
se mueve en una espontaneidad ateleológica y el hombre debe imitar al mismo
Curso (Tao) de las cosas guiándose por sus impulsos, retornando a su realidad
originaria que reposa en la armonía universal. La vida no tiene objeto ni
sentido, el conocimiento es posible, pese al aparente espcepticismo lo es, pero
carece de valor, cuando se obtiene no se habla de él, sólo los pedantes lo
hacen. El Tao no tiene intencionalidad, es espontáneo, el wu-wei o no acción se
inspira en él. El hombre perfecto es el que ha alcanzado un estado en el cual
se funde con el Tao, con la totalidad de las cosas, haciéndose uno. No actúa,
no desea, posee la virtud superior. Y lo mismo podemos decir a una escala
social, el mejor gobierno es el que no es, el desgobierno, la ausencia de
reyes, instituciones, cargos, jerarquías...o cualquier otro tipo de separación
entre los hombres y entre los hombres y la naturaleza de la que forman parte.
La edad de oro que invocan los taoístas es aquella donde no había tales
separaciones y los hombres vivían en armonía con la totalidad, incluidos los
otros animales, que se señalan no son muy diferentes al hombre (no es de
extrañar que los taoístas apunten explicaciones materialistas y evolutivas
sobre el hombre
).
Por eso, entre las edades del hombre, la niñez encarna la virtud plena, su
espontaneidad, su juego, su ausencia de conocimientos le acercan al Curso más
que ninguna otra; la vejez también, por su decadencia, encarna cierta virtud y
sólo la muerte produce el regreso al punto de partida, al origen indiferenciado
de cambios incesantes. No conviene aferrarse a la vida, pero eso no impide
pretender la longevidad. Un taoísta se vanagloria ante un falso Confucio por su
suerte: ha nacido hombre y no animal, varón y no mujer y es, ha logrado llegar
a
viejo, pues tiene noventa años. No, no
hay, pese a la pretensión de unidad con la totalidad de incesantes
transformaciones, ningún misticismo al modo occidental o experiencia
sentimental en ello, la muerte y la vida son “como ir y venir!”, se puede
llegar a viejo, pero será porque se ha salido de los requisitos culturales,
porque no se ha esforzado ni competido, porque no ha aceptado ninguna de las
pretendidas verdades sociales. Nada incita pues a una comunión mística
trascendente, no hay tal, el cosmos es frío e indiferente a las pretensiones de
los ritos y “el cielo y la tierra no son mas que una minúscula partícula en
medio del vacío”
.
¿Dónde están los maestros? En todas partes y en ninguna localizable, se trata
de artesanos u hombres destacados por su destreza que han superado la
separación, especialmente la separación entre el sujeto y el objeto, maestros
son pues, siguiendo la estela ya trazada por Zhuang Zi, el criador de fieras
que se acomoda a la naturaleza y sigue sus leyes al tratar con los tigres, el
barquero que conoce el río como parte de sí mismo, el nadador que se mueve como
un pez en las corrientes, el cazador de cigarras, el chico de las gaviotas, el
arquero, el auriga, el pescador...pero todos ellos no tienen nada o dicen no tener
nada que enseñar, mejor dicho, no tienen nada que decir, su enseñanza no se
mueve en el ni pretende ser discurso: “El discurso perfecto no emplea palabras,
la acción perfecta es no actuar”
De nuevo aparece el silencio
como manifestación de la sabiduría, tendremos que incidir en ello más adelante
cuando distingamos la filosofía de la sabiduría, pero apuntemos una última
cosa, esa desconfianza hacia el discurso en los taoístas es también una
desconfianza hacia la consciencia como producto de un adiestramiento perverso
que impide advertir lo más necesario, el Curso de las cosas y la replicación
interna de las mismas en cada uno, por eso entre las numerosas anécdotas e
historias que cuentan encontraremos pasajes dedicados a la reflexión sobre
otros estados de consciencia que rompen el discurso normalizado, en el Liezi se
recogen, como en el Zhuangzi ya antes se hiciera, el caso de los borrachos que
precisamente debido a su borrachera no se matan al caerse de los carros o la
relación indistinguible entre el sueño y la vigilia o, finalmente, se apunta a
la meditación y ciertas técnicas (respiratorias, gimnásticas, sexuales..) como
parte del proceso para acceder a esa unión con el Tao.
Zhuang
Zi
Sabemos muy poco acerca de Zhuang
Zi, debió de nacer en el 369 y morir en el 286 a.C, siendo pues contemporáneo
de Mencio, su nombre era Zhou y se cree
que era originario del sur de China, concretamente de Chu, cuya cultura
contrastaba con la cultura tradicional ritualista y confuciana hegemónica en el
norte, aunque otras fuentes sostienen que lo hizo en el estado de Song. Como ya
hemos dicho Zhuang Zhou escribió sólo los primeros siete capítulos del libro
que lleva su nombre, pero lo hizo con una prosa exuberante y de gran calidad
literaria que ha sido y sigue siendo un modelo en la historia de la literatura
china. Si damos crédito a su libro, el primer libro taoísta que ha sobrevivido
a la criba de la historia, fue amigo de Hui Shi de la Escuela de los Nombres
(los lógicos chinos) pese a las diferencias ideológicas que mantenía con él y
ocupó un puesto de funcionario, pero muy pronto se retiró para vivir en
voluntaria pobreza, rehusando cuando le ofrecieron un alto cargo en Chu:
“Estaba Zhuang Zi pescando en el
río Pu, cuando el rey de Chu despachó a dos de sus altos dignatarios para que
le comunicaran su intención: <<¡Es
mi deseo confiarle la carga de este mi país!>> Zhuang Zi sin soltar la
caña ni tornar la cabeza les dijo:
-
Tengo oído que en Chu hay una tortuga prodigiosa
que murió tres mil años ha. Vuestro rey la guarda en el salón noble de su
palacio, envuelta en un paño y dentro de un cofre de bambú. Esa tortuga ¿quiso
morir para que sus huesos fueran venerados, o hubiese preferido seguir viva aún
arrastrando su cola por el fango?
-
<<Hubiese preferido seguir viva aun
arrastrando su cola por el fango>> - respondieron los dos dignatarios.
-
<<¡Idos ya! - dijo Zhuang Zi – también yo
prefiero arrastrar mi cola por el fango..>>”.
No importa si la historia narrada
fue cierta y sucedió que realmente Zhuang Zi se negó a aceptar el cargo
propuesto, aunque es muy verosímil que lo hiciese, este motivo, la huida del
poder y sus cargos, un poder al que se impugna toda legitimidad, ya se apuntaba
en el libro III del propio Zhuang Zhou (“El faisán de los pantanos picotea cada
diez pasos y cada cien pasos bebe. Lo prefiere a vivir alimentado en una jaula;
que no fuera feliz en ella aun tratado como rey”
) y será insistentemente
abordada a lo largo de todo el libro, generalmente por medio de animales,
trufados de referencias, como en este caso, a la adivinación y otros
simbolismos. Enjaular
será el término que se
utilice para designar el nombramiento de cargos, el proceso que describe la
domesticación y la consiguiente pérdida de la libertad, la espontaneidad y la
unión con el Tao que antes, como el animal salvaje, se poseía. El cargo
conlleva todas las gratificaciones propias del protagonismo social que supone,
las mismas que los animales destinados al sacrificio ritual, sean bueyes
o tortugas, pero destinados
a la muerte para con sus huesos iluminar el futuro y alimentar el Estado. Mejor
arrastrarse por el fango que vivir en una jaula de oro, porque a lo que aspira
el filósofo taoísta es contrario a las pretensiones de cualquier carrera de un
letrado, así, refiriéndose a Lie Zi, lo ensalza diciendo:
“El hombre perfecto no tiene yo,
el hombre espiritual no tiene éxito, los grandes sabios no tienen nombre”
Más aún, no es únicamente que se
huya y rechace el éxito social, sino que lo que se cuestiona incluso es la
identidad y la utilidad que sirven, entre otras cosas, para alcanzarlo. Zhuang Zhou, en su inversión
de los valores, reivindica la inutilidad como podemos apreciar en el pasaje que
narra la historia de un árbol longevísimo y de gran tamaño, que no sirve para
nada, cuyo encuentro con un carpintero provoca en éste un sueño en el cual el
anciano árbol le habla así:
“[...] ¿quieres que me parezca a
esos árboles tan hermosos que hay por ahí? Acerolos, perales, naranjos,
toronjos, todos ellos frutales que cuando el fruto madura sufren despojo y con
el despojo menoscabo, y así ven sus ramas grandes quebradas y las pequeñas
dañadas. A esos árboles su valía les ha amargado la vida y por eso mueren
prematuramente, a medio camino, sin haber podido completar su ciclo natural.
Ellos mismos se han buscado el maltrato que reciben del mundo. Y lo mismo
acaece con todas las cosas. Largo tiempo ha que busco la inutilidad total, a
pique he estado de morir bajo el hacha, y ahora por fin he logrado alcanzarla, en
eso estriba mi grandísima utilidad. De haber servido para algo, ¿hubiera podido
alcanzar este tamaño?”
Y más adelante, inmediatamente
después, seguida de esta historia, en otra con el mismo motivo, un árbol
longevo cuya madera no sirve para nada y que no da fruto alguno, se añade:
“A fe que esta madera no sirve
para nada -dijo Ziqi – y de ahí que haya podido crecer tanto. ¡Ah! Por eso
también los hombres espirituales se muestran como seres que para nada sirven”
Los hombres espirituales no son
sin embargo los que cabría esperar en otras escuelas, han llegado a esa
espiritualidad a través de una práctica que superaba la separación o bien que
cuestionan su lógica mediante su disonancia normativa y desafección social.
“Érase un hombre llamado Zhili
Shu, cuyo mentón se escondía en el ombligo, y cuyos hombros destacaban por
encima de la coronilla. Su moño apuntaba al cielo. Sus cinco vísceras estaban
en la parte superior del cuerpo, en tanto que las nalgas a la altura de las
costillas. Remendaba y lavaba la ropa, y así se ganaba el sustento. Cribaba
arroz, y así podía alimentar hasta seis personas. Cuando el gobernador ordenaba
un reclutamiento, el contrahecho se cruzaba de brazos y, sin ningún temor,
paseaba entre la gente. Cuando el gobernador ordenaba trabajos obligatorios, el
contrahecho, como inválido, quedaba exento del servicio. Cuando el gobernador
distribuía ayuda a los impedidos y dolientes, recibía treinta fanegas de grano
y diez haces de leña. Si un hombre de cuerpo contrahecho puede alimentarse y
cumplir el ciclo natural de sus días. ¿más podrá el contrahecho en virtud!”
Y la virtud en este caso, en un
tiempo de desorden, como todos los que ha habido desde que se instauró el orden
de la civilización, no es otra que preservar la vida y llegar a viejo, como le
dice el loco, otro sabio, a Confucio: “Cuando en el mundo no hay orden el sabio
sólo puede preservar la vida. En estos días, sólo se busca evitar la condena a
muerte”
. Por ello, conviene observar
los fenómenos desde otra perspectiva y más allá de lo que se nos presenta como
evidente advertir lo útil en lo inútil: “Todos conocen la utilidad de lo útil,
mas ignoran la utilidad de lo inútil”
. Labor difícil donde las
haya ya que el entendimiento con su distinción de lo verdadero y lo falso no
ayuda, sino que oculta el Tao, al igual que la distinción superficial entre lo
que es y lo que no es. La identidad misma se pone en juego aunque ya la
tradición lo hacía con su polaridad Yin-Yang, se problematiza ya que “todo ser
es otro y todo ser es el mismo. Uno mismo es también el otro y el otro es
también uno mismo”
“Una noche Zhuang Zhou soñó que
era una mariposa: una mariposa que revoloteaba, que iba de un lugar a otro
contenta consigo misma, ignorante por completo de ser Zhou. Despertóse a
deshora y vio, asombrado, que era Zhou. Mas, ¿Zhou había soñado que era una
mariposa?¿O era una mariposa la que estaba ahora soñando que era Zhou? Entre
Zhou y la mariposa había sin duda una diferencia. A esto llaman
<<mutación de las cosas>>”
Es precisamente a través del
sueño, un estado cotidiano pero desconsiderado en la vigilia y en las restantes
escuelas filosóficas, por el cual accedemos a la duda ontológica de la
diferencia que, sin embargo, no se resuelve mediante el escepticismo ya que sí
se sostiene que hay tal diferencia entre Zhuang Zi y la mariposa, sino que, más
allá de estas diferencias, se aprehende el fondo común de todos los seres y su
unión con el Curso. Las diferencias existen, pero sólo a una escala, más allá
de la cual desaparecen. No obstante, el sabio no entra en disputas, al contrario,
recela de las mismas como igualmente (siguiendo también en esto la estela de
Confucio) recela de la palabra: “Cuanto más se usa de la palabra más nos
alejamos de la verdad”
. Su uso debe restringirse a
lo imprescindible, advertencia que no está exenta de añoranza por un tiempo, la
edad de oro, que sirve como modelo de frugalidad en la palabra
, en la que los actos
hablaban por sí mismos, añoranza de una comunicación que se ha tornado
imposible: “La palabra sirve para expresar la idea; comprendida la idea,
olvídate de la palabra. ¿Cómo podría yo encontrar un hombre que haya olvidado
las palabras para poder hablar con él?”
El sabio no es pues un
orador, un sofista, sino que viene a negar el espíritu de su tiempo (Los Reinos
Combatientes) para obrar sin necesidad de la palabra, sólo gesto en comunión
íntima con su objeto, obrando con la misma eficacia que el silencio virtuoso:
“Cuando no habla parece que ha hablado y cuando habla parece que no ha hablado
y su espíritu vuela más allá del sucio mundo”
. El sabio tiene por iguales
a nobles y plebeyos y mientras los hombres se afanan y fatigan él se muestra
estúpido (para la inteligencia que marca el sentido común) e inactivo (en el
mismo sentido). ¿Quién tiene razón en una disputa? ¿El qué vence? ¿A quién
apelar en caso de disputa? ¿Cómo alcanzar lo ilimitado del conocimiento
mediante al limitación de nuestro propio entendimiento? Zhuang Zi desconfía del
discurso, del poder de una palabra que es responsable y medio eficaz de todas
las separaciones, por ello se presta especial atención y se ensalza como
ejemplo de sabiduría a aquellos que han conseguido romper dichas separaciones.
“Cuando el cocinero del príncipe
Wenhui descuartizaba un buey, sus manos agarraban al animal, lo apoyaba en sus
hombros, afirmaba los pies en el suelo, hincaba sobre él las rodillas, y al
hundir el cuchillo, ris-ras, un sonido del todo musical, que se acordaba
cabalmente con la danza de la música “el bosque de moreras” y con el ritmo de
la música “cabezas empenachadas”. Dijo a su cocinero el príncipe Wenhui:
<<¡Ah! ¡Excelente! ¿cómo ha podido tu arte llegar a tan alta
perfección?>> A lo que el cocinero, dejando su cuchillo respondió:
<<- Vuestro siervo tiene gran afición al Tao, y por eso ha adelantado en
sus arte. Al principio, cuando vuestro siervo empezó a descuartizar bueyes,
sólo veía el buey que tenía delante, al cabo de tres años, ya no veía al buey:
De presente, vuestro siervo usa de su espíritu para saber, que no de los ojos
para ver. Detiénense sus sentidos, y es su espíritu el que actúa. Siguiendo las
marcas naturales del buey, corto por entre las articulaciones, hasta llegar a
los huecos entre los huesos y los tendones. Manejo pues el cuchillo
acomodándolo a las partes naturales del buey, y así, no hallando el menor estorbo
ni aún en las venas y tendones, ¡menos lo hallo en los grandes huesos! Un buen
cocinero muda de cuchillo una vez al año, pues que lo usa para cortar la carne,
un cocinero vulgar, una vez al mes, como que lo usa para cortar los huesos.
Diecinueve años ha que vuestro siervo viene usando el mismo cuchillo, con él ha
descuartizado varios miles de bueyes, y sigue tan afilado como recién salido de
la muela. Las articulaciones del buey dejan huecos, y el filo del cuchillo no
tiene grosor, hundiendo lo que no tiene grosor en lo que no tiene hueco, se
maneja el cuchillo con comodidad y sobrado de espacio. Por eso, después de
diecinueve años, este mi cuchillo parece recién salido de la muela. Y aún así,
cuando tropiezo con un nudo, me doy cuenta de la dificultad y procedo con
grandísimo cuidado: la mirada fija, me muevo despacio, manejo el cuchillo muy
lentamente, y ¡ras! El buey ya está hecho cuartos, cual terrón desmoronado. A
ese tiempo me yergo, el cuchillo en la mano, miro en derredor, y me siento
contento. Limpio el cuchillo y lo guardo>>
- ¡Excelente! - exclamó el
príncipe Wenhui – Oyendo las razones de mi cocinero, he alcanzado a comprender
cómo es menester para alimentar la vida>>”
Un cocinero que enseña a un
príncipe y, sobre todo, un príncipe que admite ser enseñado por un cocinero, el
humor se ha convertido en una forma expositiva privilegiada para los taoístas,
pero este humor no está exento, no es comprensible sin un radical
cuestionamiento de la autoridad; porque serán los humildes e incluso los marginados
y ''delincuentes'' los que se muestren como superiores y de los cuales los
señores o el (fantaseado) Confucio deban aprender. El fundamento ontológico del
Tao hace que las distinciones sociales carezcan de validez y legitimidad “quien
se identifica con el cielo conoce que tanto el príncipe como él son hijos del
cielo iguales”
.
Clama por la igualdad Zhuang Zhou contraviniendo el mandato del Cielo, aunque
eso no suponga que se puede eludir su realidad práctica, fatalmente no es
posible: “Vayas donde vayas, siempre hallarás un príncipe: no hay lugar en todo
el universo mundo a donde puedas escapar”
. Zhuang Zi hará uso de
historias disparatadas y absurdas, social e históricamente imposibles, para
llevar a cabo su tarea de demolición crítica del orden social y en esta tarea
el humor se tornará un elemento imprescindible y destacado, en especial cuando
introduce la figura de un Confucio (o de sus discípulos) que habla para decir o
admitir como sabias las enseñanzas del propio Zhuang Zi.
“Dijo Yan Hui: <<-He hecho
grandes adelantos>>.
-
Cuáles – le preguntó Confucio.
-
He olvidado los ritos y la música – respondió
Yan Hui.
-
Bien está – dijo Confucio – mas no es bastante.
A pocos días Yan Hui volvió a
verle y le dijo: <<He hecho grandes adelantos>>.
-
¿Cuáles? _ le preguntó.
-
He olvidado la benevolencia y la justicia
-
Bien está mas no es bastante.
Días más tarde volvió Yan Hui a verle y le dijo:
-
He hecho grandes adelantos
-
¿Cuáles?
-
Meditar hasta el olvido.
-
¿A qué llamas meditar hasta el olvido? - le
preguntó Confucio maravillado.
A lo que dijo Yan Hui:
-
Olvidarme de mis miembros, anular mi intelecto,
abandonar el cuerpo, suprimir los conocimientos y hacerme uno con el gran Tao.
A eso llamo meditar hasta el olvido.
-
En esa unión – dijo Confucio – desaparece toda
parcialidad; y en el transformarse, toda permanencia. ¡A fe que eres un sabio!
Es mi deseo me permitas seguir tus pasos”
El Confucio de Zhuang Zhou dice
exactamente lo contrario de lo que dice realmente Confucio y lo mismo se puede
aplicar a su discípulo predilecto Yan Hui. El Zhuangzi ridiculizará a Confucio,
lo someterá a una particular inversión utilizándolo bien para exponer una
opinión contraria, bien para burlarse de su verdadera doctrina mediante todo
tipo de chanzas que demuestran, por su sutileza, un conocimiento profundo de
sus escritos. Confucio tendrá por maestros hasta a delincuentes ajusticiados
que ostentan sus muñones tras su castigo y se moverá fuera de toda etiqueta
ritual o precisamente invirtiéndola en su jerarquía al adoptar usos rituales y
tratamientos
propios de aristócratas o
príncipes ante personajes humildes. Con Confucio se jalona la decadencia de la
verdadera virtud, aparecieron los sabios y con ellos la benevolencia y la
justicia creando las divisiones sociales que sanciona y estructura el rito.
¿Cómo podría haber benevolencia y justicia si no es abandonando el Tao y su
virtud? Arruinar el Tao y su virtud es el crimen del sabio. Establecer y
racionalizar las divisiones sociales no puede ser considerado sino complicidad
con el robo: “Lo
que se acostumbra a
llamar sabiduría ¿no es proteger a los grandes ladrones?”
e incidiendo en esta idea
afirma: “Confiar en los sabios para gobernar el mundo es beneficiar sobre todo
a los bandidos”
.
Por eso los bandidos pueden dar lecciones de moral a los sabios o a los
señores, robar es una tarea consustancial a los poderosos que, sin embargo
persiguen con saña en los de abajo. “Quien roba una hebilla sufre pena de
muerte, quien roba un estado se convierte en un señor feudal, y en las puertas
de los señores feudales verás escrito <<benevolencia y justicia>>
¿No es esto robar benevolente y justamente, y con sabiduría e inteligencia?”
Pero la labor de los sabios,
específicamente, consiste no ya en robar, sino en esa complicidad con el robo y
su encubrimiento bajo el velo de la virtud, esto es, en ejercer la hipocresía y
en apuntalar instituciones que ahondan en la división social, en seguir
apartando al pueblo de la toma de sus propias decisiones. “Abolid las
instituciones de los sabios y el pueblo podrá tomar parte en los debates”
.
Precisamente el origen del
caos social se debe a los santos reyes
confucianos, Yao y Shun, y sus frutos se prolongarán hasta cien generaciones:
“los hombres proseguirán devorándose los unos a los otros”
apuntalados como están en la
división social de clases. La labor de Confucio ante este canibalismo no ha
sido sino la de embaucar con su discurso anestésico al “ganarse el corazón de
los hombres para que no osaran rebelarse”
. Por eso quizás se refiere
al gobierno del imperio como “las heces del Tao”
porque siendo y formando
parte del todo no son sino su manifestación más despreciable, por eso también
será que el Zhuangzi dedica todo un capítulo a los reyes que se negaron a
ejercer tal tiranía y abdicaron o a aquellas personas que como Lie Zi u otros
maestros anónimos rechazaron todo contacto o privilegio eludiendo la
complicidad en sus crímenes.
Frente a la administración del
poder y su consiguiente olvido y ocultación del Tao se contrapone el
conocimiento intuitivo del Curso y la unidad con él, una unión que no tiene
trascendencia, el Tao es todo, hasta lo más despreciable forma parte de este
proceso de transformaciones incesantes:
“Dongguo Zi preguntó a Zhuang Zi:
-
¿Dónde está lo que nombran Tao?
-
No hay donde no esté – respondió Zhuang Zi
-
Dígame un lugar – insistió Dongguo Zi
-
En una hormiga – dijo Zhuang Zi
-
¿Cómo en cosa tan baja?
-
Pues también en una yerbecilla.
-
¿En cosa más baja aún?
-
Y en una teja.
-
¿Cómo en cosa cada vez más baja?
-
Y en la mierda y los meados”
El hombre es el único ser que se
aleja del Tao por su voluntad de imponer su acción discursiva, pero ya hemos
visto que Zhuang Zi impugna el discurso de los hombres, desacreditando el
lenguaje y su capacidad para conocer. Para Zhuang Zhou es un error pretender
afirmar algo puesto que se puede sostener lo contrario simultáneamente. No toma
partido, no afirma nada. Para estar en comunión con el Tao se debe estar
ocioso, disponible, predispuesto a desaprender y buscar la destreza y soltura
intuitiva del artesano. El intelecto no puede conocer nada con certeza,
mientras que el cuerpo, patente y potente en otros estados de conciencia, como
la mano del cocinero, sabe lo que hace con seguridad infalible
. Esta espontaneidad debe
entenderse como comunión con el Tao, cuando el yo no tiene lugar, ha
desaparecido en esa fusión intuitiva y se han dejado atrás los conceptos,
normas y jerarquías. El sabio no actúa, wu-wei, se deja llevar por el Curso
como el nadador por la corriente o el cocinero por su cuchillo, sin imponer su
yo, aceptando el destino al modo estoico. Sólo cuando el hombre abandona su ego
se pone en el Centro, lo recobra, pero este centro no es propiamente humano
como en Confucio y sus seguidores, sino que, al contrario, lo humano, por lo ya
mencionado, es un estorbo para conseguirlo. En el sabio no hay distinción entre
Cielo y Hombre, vive libremente en unidad consigo mismo y con todo. Por ello
carece de interés el destino que se dé a los cadáveres, como ya Yang Zi
apuntaba y ratifica Zhuang Zi, la muerte es un momento indisociable de la vida.
“La vida es algo prestado, es de
prestado como se nace. La vida no es más que suciedad y basura. Muerte y vida
se suceden como el día y la noche”
La
lectura del Zhuangzi de Jean François Billeter
En contra de la afirmación de que
la sabiduría china representa una alteridad radical a la filosofía occidental y
que no es posible una asimilación de sus contenidos desconectados de su
paradigma cultural, sin caer en el exotismo, tal y como defiende François
Jullien, se alza la posición de Jean François Billeter
que pretende captar el
sentido de lo que Zhuang Zi quiso decir. Para Billeter el Zhuangzi es obra de
un filósofo que piensa por sí mismo y que ha tomado por objeto de reflexión su
propia experiencia y la de los demás y que se informa de lo que pensaron otros
filósofos.
Para Billeter el Zhuangzi
reflexiona, entre otras cosas, sobre el funcionamiento de las cosas y los
estados de conciencia. Billeter, que ya avisa que para que una interpretación
no resulte subjetiva y arbitraria
es preciso que recurra a la
traducción del chino clásico original, traduce así del Zhuangzi una de las
frases que el cocinero le dirige al príncipe de Wei: “Lo que interesa a vuestro
servidor es el funcionamiento de las cosas, no la simple técnica”
Zhuang Zhou lo que está
describiendo son fases del proceso de aprendizaje, este conocimiento es de
naturaleza discursiva, demasiado familiar y común, incluso cercano para que
seamos conscientes de él, además un gesto practicado a diario se convierte en
inconsciente. Ya Wittgenstein señalaba que cuando se ve un objeto no le puede
representar y se podría también sostener que cuando lo representamos no lo
podemos observar. Así, mediante tal interpretación, cobra un nuevo sentido la
famosa frase del Laozi: “El que sabe no habla, el que habla no sabe” que
Billeter sospecha mal traducida pues afirma que el texto no se refiere a saber,
sino a aprehender o percibir, la traducción suya sería “Cuando se percibe no se
habla y cuando se habla no se percibe”
Billeter apela a que la
experiencia que se describe no es específicamente china, sino universal al
referirse al carácter no transmisible del gesto y a la actividad espontánea
como resultado de un ejercicio metódico. El régimen de la actividad espontánea
y necesaria es eficaz, según dice el nadador cuando es “entero” pues todas las
facultades y recursos intervienen
. Es lo que le acontece a los
diversos artesanos u hombres que hacen arte de su actividad, pero también es lo
que acontece en estados de conciencia ajenos a la vigilia, como le ocurre al
borracho que se cae de un carro y no se lastima, la ebriedad es una forma de
inconsciencia que permite al ser “entero” actuar y, de este modo, estar a
salvo. Hay una relación entre lo natural o del cielo y lo artificial o humano
que es una relación entre lo necesario y lo intencional, el cielo es necesario
y, por tanto, eficaz, mientras que la actividad humana consciente o intencional
es inferior: Por ello, para transitar del régimen o estado inferior consciente
al superior o inconsciente es necesario olvidar, el olvido es resultado de la
maestría, ocurre cuando las fuerzas profundas toman el relevo y la consciencia
puede olvidarse de dirigir las operaciones y olvidarse de ella misma. Las citas
de Yan Hui (del imaginario Yan Hui del Zhuangzi) o las que añoraban a alguien
que hubiese olvidado todo para poder hablar con él adquieren así un nuevo
significado. Por ello también se da esa constante referencia de Zhuang Zhou a
los animales y a la imitación de sus gestos, pues los animales se dejan llevar
por la intuición, ajenos al razonamiento. No se pueden comprender ni transmitir
las formas superiores de la actividad mediante el discurso, estas formas van
acompañadas de inconsciencia que hacen que el actor mismo no las conozca. El
olvido se puede producir porque se ha interiorizado y se ha convertido para él
(Yuan Hui) en medio de expresión natural.
Cuando reflexionamos o buscamos
una palabra la mente se ausenta para dejar actuar al cuerpo. Recurrimos a ese
vacío del cuerpo en otras situaciones, pero mejor dejemos que sea el propio
Billeter, con sus propias palabras, el que se explique: “Cuando nos abandonamos
a la ensoñación, por ejemplo, el abandono es en primer lugar corporal. Estamos
desmovilizados. En vez de estar al servicio de una acción, nuestras
sensaciones, nuestros recuerdos y nuestra imaginación se organizan y se
transforman como les parece. En el vacío que se ha producido, la <<Vía se
concentra>>, <<evolucionamos cerca del comienzo de las cosas>>.
Y ¿qué hacemos cuando reflexionamos? Cuando tenemos la impresión de haber
delimitado el problema, hacemos el vacío. Observen el semblante del que
reflexiona: está en reposo, distendido, inexpresivo, ausente. Es el rostro de
alguien que escucha, pero que, en lugar de escuchar con su oído, escucha con su
mente, según los términos atribuidos a Confucio; de alguien que, más que
escuchar con su mente, escucha con el cuerpo, ya que en esos momentos dejamos
actuar el conjunto de nuestras facultades y de nuestros recursos, los que
conocemos y los que no conocemos […] Cuando reflexionamos, cuando formamos una
frase o buscamos una palabra, por ejemplo, la mente se ausenta para dejar
actuar al cuerpo”.
La subjetividad es, de este
modo, un vacío fecundo.
Sabiduría
frente a filosofía, François Jullien
“Es Europa la que no ha
conservado de la sabiduría más que sus ruinas o algún muro aislado: Pirron,
Montaigne, los estoicos. En China, donde no se erigió el edificio de la
ontología, la sabiduría es la <<Vía>>”.
El proyecto de François Jullien
es de una gran ambición y riqueza filosóficas. Su propósito es apartarse de
Grecia y pasar por China, pero alejándose de cualquier exotismo, métódicamente.
China representa para Jullien la alteridad ya que no tiene una lengua
indoeuropea (excluye el sánscrito), se aparta de las relaciones de influencia y
contaminación históricas (excluye el mundo hebreo y árabe) y posee un
pensamiento expresado en textos de época antigua y originario (no es el caso de
Japón). Los escollos de este viaje filosófico son el etnocentrismo y el
exotismo, esa fascinación de la diferencia en el espejismo de la distancia.
China tiene un pensamiento
consistente, explícito y por eso el cambio de marco da que pensar. En oposición a Hegel, pero también
Merleau Ponty o Deleuze, Jullien sostiene que China no se quedó en un estadio
prefilosófico, sino que inventó sus propios marcadores de abstracción y conoció
diversidad de escuelas. Para Jullien China pasó de largo por los grandes
filosofemas occidentales: el concepto de ser, la idea de Dios, el ideal de la
libertad, no conoció tampoco la oposición entre el mito y el logos...pero ese
pasar de largo no supuso una carencia ya que ha explotado otras fuentes de
coherencia al pensar lo real en términos de capacidad práctica (de), ha pensado
en función de otros pliegues, como la lógica de los procesos, el mundo como
dispositivo, el ideal de la regulación
la oportunidad, la disponibilidad...
Estas razones justifican el
proyecto filosófico de F. Jullien que pretende volver sobre nuestros prejuicios
a partir de los cuales se ha desarrollado la razón occidental y remontarse a lo
impensado del pensamiento tomando la razón europea del revés, pero sin que ello
suponga caer en el relativismo o en la función ideológica
.
Como dijimos al principio de
estas anotaciones la contraposición radical entre Occidente y China es muy
matizable ya que China ha conocido otras escuelas y pensadores que sí han
practicado la razón dialógica, el estudio incipiente de la ontología, la lógica
o la reivindicación de la libertad, así mismo, esta referencia de alteridad se
podría mantener, con los matices señalados, sólo para el período clásico de la
filosofía o pensamiento chinos, pero no sería sostenible para el decurso
posterior que acusa la influencia del budismo y otras corrientes de
pensamiento. No obstante, consideramos de una gran riqueza sus aportaciones,
compatibles además con acercamientos de signo opuesto como el de Billeter, y de
gran interés para la comprensión del pensamiento chino como es el caso del estudio
de la sabiduría como fenómeno diferenciado de la filosofía.
Para F. Jullien un sabio no tiene
ideas, no antepone una a las demás, no hay pues un principio que rija, desde el
que comenzar, pero precisamente porque ahí radica la trampa, el sabio teme esa
dirección tomada y la hegemonía que instaura. El sabio trata de mantener las
ideas en un mismo plano, no se encuentra prisionero de ninguna, no antepone
ninguna, se comporta como el Cielo, que todo lo abarca y es origen de todo,
pero no da precedencia a nada. La sabiduría no tiene historia, mientras que la
filosofía es esa historia (la historia de la filosofía). Al no establecer nada,
la sabiduría no da pie a la refutación, no hay en ella materia de debate. La
sabiduría es de todas las épocas y se encuentra en todas las tradiciones
(sabiduría popular), de ahí su banalidad. En cambio la filosofía se mueve por
la lógica del deseo (filo-sofía), se dirige a nuestro deseo para elevar la
provocación de un mundo concebido como enigma. El sabio no explora ni descifra,
mas que penetrar un enigma invita a dilucidar una evidencia, a tomar conciencia
de ella. La sabiduría no se explica, no hay gran cosa que comprender, pero hay
que meditarla.
El sabio está exento de ideas
propias porque no privilegia ninguna. El sabio carece de yo (como Confucio o
Lie Zi), está abierto al proceso, no se inmoviliza en una posición determinada,
no hay nada que pueda particularizar su personalidad. El sabio no es parcial,
no se inclina hacia ningún lado. Una idea es demasiado individual y también
demasiado general, trasciende abusivamente la diferencia de los momentos. En
cambio, al adaptarse a la posibilidad del momento hasta el punto de borrar todo
yo personal el sabio consigue mantener una normatividad, pero sin que sea
exclusiva y categórica.
Platón afirmaba que la filosofía
es modesta al contentarse con amar la sabiduría que sólo los dioses pueden
alcanzar, pero ya Nietzsche nos recuerda que ese comedimiento es astuto y
esconde la ambición y el desdén. En el pensamiento, en cambio, casi no se
percibe, no se impone una idea. Se podría desesperar por intentar encontrarle
no ya significado, sino significancia. Sin embargo, en estas banalidades
construidas 'a propósito de', circunstanciales, hay un sentido inagotable que
da que pensar.
El dicho Confuciano, por ejemplo,
es iniciativo (tiende a despertar la mente, no da lecciones) e indicativo, ya
que se limita a empezar a decir y encaminar al otro. Al remitirse lo más mínimo
al pensamiento es una sugestión constante. La sabiduría es la de lo posible o
del momento, por eso sobre un mismo tema Confucio puede decir cosas distintas.
Lo oculto de la sabiduría es lo oculto de la evidencia (de la inmanencia). La
evidencia es la inmanencia que todo lo atraviesa. El pensamiento chino es el
pensamiento del proceso, la sabiduría realiza, toma conciencia de la evidencia,
y realizar es dejar actuar a la inmanencia, no fijarse una meta. El debate se
rechaza, es una trampa ya que al dar importancia a la argumentación se pasa de
largo por lo que hay que realizar.
Para la filosofía es esencial el
principio de contradicción, los opuestos no pueden ser complementarios, sino
contradictorios. En China, en cambio, la polaridad Yin-Yang se basa en la
interdependencia. El sabio es quien ha superado las contradicciones, quien ha
dejado de excluir. La palabra es trascendente, el silencio, en cambio, deja
pasar la inmanencia, al callarse, el sabio deja que emane la evidencia. El
sabio habla poco, lo menos posible, si se calla es porque no hay nada que
decir, no porque no tenga nada que decir. El sabio no discute, en China no ha
habido, según Jullien, un debate sistemático, sino alusivo y con rodeos. El
sabio no busca vencer, no rivaliza. No busca diferenciar su punto de vista de
los demás, sino comprender y conciliar los demás puntos de vista en su
pensamiento. La filosofía es dialógica, la sabiduría es solilocuente. La
sabiduría no toma partido, no entra en el principio de contradicción. El Centro
expresa la igual posibilidad de una y otra, la táctica de colocarse en el Centro
entre dos posturas (ninguna la propia) opuestas (como Mencio colocándose en
medio entre Yang Zi y los moístas, como Zhuang Zi haciendo lo propio entre los
moístas y los confucianos).
El sabio es comprensivo, está
tranquilo, relajado, no separa la capacidad de conocimiento de la disposición
interior. El sabio parte del vacío, la calma, la serenidad, el desapego para
desprenderse de toda disposición particular (del yo) limitada y fija. El sabio,
como Zhuang Zi, no rechaza la no-disponibilidad por su error (lo que sería
depender de ella), sino por el desgaste que conlleva ya que uno se fosiliza y
debilita. Si parece embrutecido o necio es porque no deja que se instauren
separaciones entre las cosas ya que no se sitúa frente al mundo, sino que lo
acompaña, evoluciona con él en proceso. El sabio no niega las diferencias, sino
que se remonta a su unidad fundamental, en lugar de limitarse por ellas quiere
superarlas. El vacío no es para ser llenado, sino para permanecer abierto, como
disposición.
El sabio, como Zhuang Zi, puede
pasar por argumentos relativistas, pero sin aferrarse a ellos. No es que los
supere propiamente, sino que se guarda de hacerlos exclusivos. El relativismo
también es disyuntivo y su conclusión parcial. La lógica de la sabiduría
consiste en abrir una tercera vía; no borrar ni afirmar la diferencia, sino
acogerla adaptándose a su carácter circunstancial por cuanto no permanece igual
ya que sabe que todas las diferencias en el fondo son equivalentes al percibir
su fondo común, la inmanencia. La sabiduría consiste en comprender las
diferencias, en colocarlas juntas en un mismo plano manteniéndose lo más
abierto posible respecto a ellas para adaptarse óptimamente en cada momento a
la lógica particular de cada fenómeno. El sabio es el que sabe percibir como
las diferencias, dependiendo del fondo común, se justifican formando un todo:
el 'mundo' o que, como se suele decir, de todo tiene que haber para formar un
mundo.
La sabiduría es insípida (el
Curso es insípido nos recuerda Lao Zi), al no estar vinculado a los juicios,
estancado en las disyunciones, el sabio mantiene con el mundo una relación a la
vez íntima y distendida. Al sabio chino no le preocupa la verdad (como sí a los
escépticos, que son decepcionados de la verdad), no carece de verdad sino de
ideas, prescinde de ellas. Los escépticos remiten a la apariencia, Zhuang Zi
remite a la inmanencia, pero ésta no sólo no precisa decirse, sino que si se intenta se evapora al pensarla, por
eso la música la expresa mucho mejor que la palabra. De frente, el concepto de
inmanencia se acaba no percibiéndolo en absoluto (salvo en Spinoza quizás
señala Jullien), pero renovando el rodeo se puede con palabras insípidas
empezar a insinuar. En la inmanencia es donde hay que buscar la sabiduría
porque es en la universalidad del “así por si mismo” donde se eliminan las
disyunciones y se extingue todo el conflicto. Al no inquirir más el sabio se
prepara para acoger lo que venga, como venga, a tomar las cosas como vienen y
ya nada lo perturba. Expresión anodina, sin tensión a la que el pensamiento
pudiera agarrarse, la sabiduría conduce a la serenidad (ataraxia). Jullien
llega a sostener que el mundo chino, como uno de sus rasgos característicos,
está bajo el imperio declarado de la armonía, cerrado a los recursos del
enfrentamiento y del conflicto, incluso no parece sospechar su existencia
(sic). Por eso su forma privilegiada de pensar es la sabiduría.
El sabio vive como piensa, a
diferencia de la filosofía que se desarrolló como pura actividad teórica, el
sabio pone en práctica su pensamiento. Precisamente esa escisión entre teoría y
praxis volvió imposible la sabiduría en Europa. Como se trata de abrirse a la
inmanencia la Vía o Curso (Tao) no puede ser objeto de ninguna intencionalidad,
pero ser insípido como lo es el sabio no es ser indiferente, al contrario, ese
estado neutro es el que permite prestarse mejor al advenimiento de las
diferencias. La sabiduría adviene con al vejez, de joven se es filósofo, si
interpela a la vejez es porque la juventud puede comprender (como idea), pero
no realizar. Al empezar a relajarse, cuando comienza a morir el cuerpo se es
sensible al curso de las cosas que nos hace desaparecer, se impregna de él. El
sabio no discute, incluso se opone abiertamente al debate como Zhuang Zi. El sabio
contiene en él, lo abarca todo en un mismo plano, es un “almacén del cielo”.
Zhuang Zi ve en la discusión un alarde superficial de lucimiento.
Es en este punto donde François
Jullien discrepa abiertamente de la sabiduría, él reivindica la discusión, pero
no para vencer o lucirse, sino para compartir esa conclusión y en el proceso
ver lo que piensa el otro. Para Jullien la filosofía se basa en la ciudad al
tiempo que la funda, pero el pensamiento chino lo hace en lo natural, de ahí
arranca y deriva su apoliticismo, pese a que no dejó de ocuparse del poder no
separó nunca lo político.
Lao
Zi
No tenemos constancia del Laozi
como obra antes del año 250 a.C
, dato que coincide con las
principales preocupaciones características de los Reinos Combatientes que se
reflejan en el libro y que reafirman la imposibilidad que la obra se deba a un
autor del siglo VI a.C tal y como apunta la leyenda hasta ahora prevalente.
Según ésta Lao Zi sería originario de Chu, como Zhuang Zhou. Al parecer su
apellido, muy común en China, habría sido Li (ciruelo), como el árbol bajo el
cual fue alumbrado tras sesenta y dos años de gestación motivo por el cual
recibió el sobrenombre de <<niño-viejo>>. Su nombre era Er y su
nombre social Dan, ambos hacen referencia a sus orejas largas, signo de
sabiduría. Pero toda esta historia, cargada de detalles como los de la creación
del libro del Laozi (Tao te king) en un paso fronterizo antes de retirarse de
la vida pública o sus encuentros con Confucio parecen hoy desestimados. Lo
cierto es que no sabemos nada del autor.
François Jullien
sostiene que lo más probable
es que el libro sea una composición de aforismos del siglo IV contrarios al
ritualismo moralizador de los confucianos.
El estilo del libro es escueto,
lírico, sencillo y rítmico, quizás para memorizarse mejor y en él abundan las
paradojas y los juegos de palabras. La dificultad de su traducción se debe a
esto y a que el chino carece de tiempos verbales y declinaciones y en lengua
escrita se puede prescindir de pronombres, adverbios, conjunciones y
preposiciones y en el chino antiguo además, como es el caso, incluso de la
puntuación, todo lo cual ha dado lugar a diferentes e incluso opuestas
interpretaciones
.
De los libros de la sabiduría es
el más breve, pero no le falta nada
. No se dirige ni a la fe ni
a la razón, ni es teoría ni es revelación, no se deja disolver en ninguna
categoría de filosofía por eso se ha catalogado como místico, sin embargo nos
abre fuentes de inteligibilidad. El libro gravita sobre la idea de lo natural.
El Tao o Curso o Vía es el proceso de las cosas y su virtud la procesividad.
Las cosas acontecen por inmanencia, por el fondo de inmanencia que subyace a
las mismas. Esta inmanencia es la que tenemos que seguir, a la que podemos
unirnos, la que tenemos que dejar venir. El sabio es el que deja que advenga,
sin forzarlas, mediante el wu-wei. El wu-wei no es un quietismo o no hacer
nada, sino “no hacer nada, pero que nada quede sin hacerse”
. No es pues desinterés del
mundo. Actuar siempre es forzar las cosas pues supone imponer nuestra voluntad,
nuestros proyectos, pero el sabio deja hacer a la inmanencia. Mejor dejarse
adaptar al Curso como el agua por la pendiente:
“No hay nada bajo el cielo cosa
más blanda y débil que el agua.
Sin embargo, en su embate contra
lo rígido y duro,
nada la supera,
es irreemplazable.
El que lo débil vence a lo duro
y lo blando vence a lo firme
es cosa, que bajo el cielo, nadie
ignora,
mas nadie aplica.
Así, el santo dice:
<<Aceptar las inmundicias
del señorío,
eso significa ser dueño de los
altares del suelo y del mijo;
aceptar los desastres de los
señoríos,
eso es ser rey de todo bajo el
cielo>>
Las palabras rectas parecen
opuestas.”
La estrategia de Lao Zi es vencer
cediendo, como el agua, metáfora recurrente en los Reinos Combatientes. El agua
representa lo más humilde e insignificante, pese a que no opone resistencia a
nada acaba venciendo a las materias más sólidas. El agua es una metáfora
femenina, es humilde y húmeda. El Yin vence al Yang, mejor dicho, el Yin es más
eficaz que el Yang. En el Laozi encontramos varias referencias a la madre como
modo de referirse al Tao. Lao Zi privilegia lo femenino frente al orden
confuciano-patriarcal-Yang. Lo débil vence a lo fuerte, hay que preferir, que
no limitarse a, lo débil frente a lo fuerte en una dialéctica o polaridad no
excluyente
.
Este mismo mensaje se puede rastrear en Sun Zu, vencer sin combatir, el
general, como señala Jean Levi
se feminiza, se hace Yin
frente al Yang de la épica guerrera ritualista. Lo que cuenta es la eficacia,
todos los recursos de engaño o desgaste, débiles, son fundamentales para lograr
la victoria sin empuñar las armas, que mejor será, en esto también coinciden
ambos autores (Sun Zu y Lao Zi), no celebrar:
“Lo mejor es detenerse al obtener
el fruto
sin ganarlo por la fuerza
Obtenerlo y no jactarse
obtenerlo y no vanagloriarse,
obtenerlo y no enorgullecerse,
obtenerlo porque no puede ser de
otro modo,
La sabiduría es la mejor
estrategia, basta con ayudar a la evolución natural de los seres, este no
intervencionismo se da también en el plano social y el Laozi es también y ante
todo un tratado de política. Jesús Mosterín señala a este respecto su “espíritu
popular y democrático” y la condena de la guerra que lleva a cabo Lao Zi. El
libro evita establecer reglas, leyes o prohibiciones ya que son fuente de
desorden, la única enseñanza es el silencio, el sabio, como el estratega, se
guarda de actuar porque lo natural es hablar poco.
El Tao o Curso es el origen del
universo:
“Hay algo confuso y perfecto,
anterior al nacimiento del cielo
y la tierra.
Silencioso y solitario
absoluto e inmutable,
evoluciona por doquier sin
desfallecer.
Podemos tenerlo por madre de
cuanto hay bajo el cielo.
No conociendo su nombre,
le daré el sobrenombre de curso”
Ese origen es el vacío fecundo
(la hembra, el valle, la madre, el recipiente...entre otras metáforas empleadas
para referirse al mismo concepto) del que mana todo:
“El curso es vacío que mana,
mas su uso no alcanza plenitud.
Abismal,
diríase el antepasado de todos
los seres.
Mella lo agudo,
deslía lo enredado,
templa lo luminoso,
se confunde con el polvo.
Profundo,
diríase perpetuo.
No sé de quién es hijo,
parece anterior al emperador [del
cielo]”
El Tao es la gran imagen sin
forma, inimaginable. El Tao es insípido, en contra de lo sabores que estragan
el fundamento es insípido y desabrido. Y si bien se infiere a través de lo
sentidos no se puede percibir, como tal, en sí mismo, por los sentidos.
“Lo que se dice del curso,
¡qué insípido es, qué desabrido!
Se mira y no se ve;
se escucha y no se oye;
El Tao engendra el Uno (o Tao al
que ya podemos dar nombre), todo lo que es real y cuya unidad se manifiesta en
el soplo original (Yuanqi
). El Uno se diversifica en
Yin-Yang o Cielo-Tierra, pero animada por el vacío (el Tao original, sin
nombre). Esta relación ternaria se traduce en la tríada Cielo-Tierra-Hombre. El
tres, a su vez, desemboca en lo múltiple y la creación de los diez mil seres:
“El curso genera el uno,
el uno genera el dos,
el dos genera el tres,
el tres genera todos los seres”
O en este otro pasaje:
“Bajo el cielo, todos los seres
surgen del ser.
El Tao es inefable, no puede
expresarse mediante palabras, no puede nombrarse (wu-ming). Quien comprende
este misterio que hay detrás de los cambios observados ha encontrado la llave
de las transformaciones. El Tao es un abismo insondable, el sabio se va
familiarizando con el Tao que es el fondo previo de todas las distinciones. Las
cosas nacen al determinarse la primitiva indeterminación del Tao. Mosterín
señala que el concepto de Tao recuerda al apeiron de Anaximandro y al logos de
Heráclito y los estoicos. El Tao universal determinado en un género particular
de cosas se llama De. El sabio se despega de las cosas, carece de ambiciones,
huye de las intrigas y cultiva la sencillez y la naturalidad y acaba realizando
el De, es decir, identificándose virtuosamente con el Tao. La virtud o De es la
eficacia lograda por el wu-wei que es la no-acción intencional, la
identificación con el Tao en su vacuidad y en su virtuosa debilidad, que hace
sin proponérselo, ateleológicamente, pero de modo fecundo. “la debilidad es la
eficacia del curso”
La no-acción o wu-wei
conduce al retorno a la naturaleza original, al estado antes del nacimiento por
ello se reivindica la figura del niño.
“Quien se dedica al estudio crece
día a día;
quien se dedica al curso mengua
día a día.
Mengua y mengua
hasta alcanzar la inacción.
No actuando, nada hay que no
haga.
Se obtiene cuanto hay bajo el
cielo
estando siempre desocupado.
En cuanto uno tiene ocupaciones,
no es apto para obtener todo bajo
el cielo”
O en este otro pasaje:
“[Quien] contiene mayor
abundancia de virtud
es como un niño recién nacido”
Lao Zi, como ya antes que él
Zhuang Zi que apuntaba su premonitorio temor a que su uso deviene en máquina al
hombre
, reniega de la técnica ya
que rompe la simplicidad primordial, su ideal son pequeñas comunidades
campesinas autárquicas, aisladas unas de otras y ajenas a toda institución y
gobierno.
“Que el señorío sea pequeño,
escasa su población;
si hubiera [en él] toda suerte de
cosas, no se usarían;
si el pueblo respetara la muerte,
no emigraría a lugares remotos.
Aunque hubiera navíos y carros,
no habría por qué tomarlos.
Aunque hubiera corazas y armas,
no habría por qué hacer de ellas
alarde.
Si las gentes volvieran al uso de
cuerdas anudadas,
[encontrarían] gustosa su propia
comida,
hermosos sus propios ropajes,
apacibles sus propias moradas,
deleitables sus propias
costumbres.
Los señoríos lindantes estarían a
la vista,
hasta se oiría el canto de sus
gallos y el ladrido de sus perros,
[pero] sus gentes envejecerían y
morirían sin haberse visitado jamás”.
Lao Zi, como el resto de los
taoístas, lleva acabo una crítica al confucianismo, frente al estudio opondrá
la iluminación intuitiva en su identificación con el Tao, la vacuidad interior
e incluso la estupidez en la medida en que se aleja de la conciencia
intencional (“La multitud tiene intenciones/sólo yo soy lerdo y rudo”
). Renegar de toda ambición,
de los deseos, reivindicar la blandura, la frugalidad, la espontaneidad, la
simplicidad y rechazar la erudición. Las virtudes confucianas son denostadas
pues su aparición coincide y señala el momento en el cual se abandona el Tao:
“Cuando el gran curso es
abandonado
aparecen humanidad y justicia.
Cuando surgen la inteligencia y
el saber
aparece el gran artificio.
Cuando los seis parentescos no
son armoniosos
aparecen piedad filial y amor
paternal.
Cuando los señoríos se sumen en
el desorden
aparecen los vasallos leales”
Frente al oropel vanidoso
característico de las cortes se reivindica la simplicidad y la modestia:
“Quien se alza de puntillas no se
mantiene firme.
Quien alarga sus zancadas no avanza.
Quien se exhibe no brilla.
Quien se afirma no es ilustre.
Quien se jacta carece de méritos.
Quien se enorgullece de sí no
destaca.
En lo que al curso respecta
son lo que se dice <<sobras
y excrecencias>>”
Pero es también un ataque al
discurso que domina su época, a la sofística y la elaboración teórica de las
escuelas filosóficas, a la palabra que no es capaz de alcanzar, sino al
contrario, obstruye, la sabiduría:
“El que sabe no habla
Lo que se pretende es la
eficacia, es decir, la virtud, alcanzar el De (Te), pero esta virtud para
realizarse debe negar los preceptos morales del ritualismo confuciano.
“Prescinde del estudio y
desaparecerán las inquietudes.
Entre <<¡sí, señor!>>
y <<sí>>,
¿qué distancia hay?
Entre <<bien>> y
<<mal>>,
Los aforismos de Lao Zi recuerdan
al arte de la guerra de Sun Zu, el sabio es como el estratega, su victoria es
el De:
“El curso del cielo es
saber vencer sin rivalizar,
saber responder sin hablar,
[saber] atraer sin llamar,
saber disponer sin apremiar”
El gobierno debe ser también un
vacío de gobierno, un no-actuar (wu-wei) y dejar hacer, haciéndolo todo, al
pueblo. El rey eminente es por ello un desconocido: “[Del rey] más eminente los
súbditos sólo conocen la existencia”
. Un rey que no reina, un rey
vacío de intención que por ello mismo es fecundo ya que no obstruye el hacer
del pueblo en su propio autogobierno:
“No actúo, y el pueblo se
desarrolla por sí mismo;
gusto de la quietud, y el pueblo
se regula por sí mismo;
carezco de ocupaciones, y el
pueblo prospera por sí mismo;
carezco de deseos, y el pueblo
recobra la integridad por sí mismo”
El pueblo no precisa saber, al
contrario, su tarea consistirá, siguiendo el ejemplo de la edad de oro, en
desaprender lo aprendido, en embrutecerse:
“Quienes, en la antigüedad,
practicaban el curso
no lo hacían para esclarecer al
pueblo,
sino para embrutecerlo.
La dificultad de gobernar al
pueblo
radica en la demasía de su saber.
Por eso, gobernar un señorío
mediante el saber
es perjudicar el señorío.
No gobernar un señorío mediante
el saber
es favorecer el señorío.
Conocer estos dos [principios] es
ceñirse a la pauta.
Saber ceñirse a la pauta
es lo que se dice virtud oscura.
¡Qué profunda es la virtud
oscura, y qué extensa!
Retorna con los seres
y alcanza entonces la gran
avenencia”.
Embrutecerse, entontecerse,
desaprender lo aprendido en el rito moralizador, cuestionar su moralidad, ajena
al Curso y favorecer el “vientre” (“el santo favorece el vientre y no el ojo”
) que ha sido silenciado por
principios morales que esconden la opresión:
“El hambre del pueblo
viene de los muchos impuestos que
comen los grandes;
por eso está hambriento.
La rebeldía del pueblo
viene de la acción que ejercen
los grandes;
por eso es rebelde.
El desprecio del pueblo por la
muerte
viene por la intensidad con que
ansían vivir los grandes;
por eso desprecia la muerte.
Y es que quien no actúa por la
vida
es más eminente que quien aprecia
la vida”
Mosterín señala que “El ideal
taoísta es el de una sociedad comunal pequeña, primitiva y atrasada, sin leyes
ni herramientas, sin viajes ni jerarquías, un ideal campesino anarquizante”
. Pero, como veremos, en el
caso de Lao Zi, sus palabras abrieron también el paso a otras interpretaciones
claramente autoritarias como fue el caso del legismo.
Bao
Jingyan y Xi Kang
Aunque Bao Yingyan y Xi Kang son
dos autores posteriores al período clásico hemos decidido incluir unas
anotaciones sobre ellos por varias razones. La primera de ellas estriba en que
ambos constituyen casi la última manifestación filosófica del taoísmo, a lo que
se suma su interés por ser una
exposición de polémica argumentada y, además, niega también la pretensión de
los autores como Jullien que aseguran que China no ha conocido ni imaginado
nunca más que una forma de gobierno.
Sabemos, por las citas que hace,
que Bao Jingyan conocía muy bien a Lao Zi y Zhuang Zi, pero poco más podemos
añadir de su vida pues únicamente ha sobrevivido de sus obras un opúsculo
gracias a que un alquimista, Ge Hong (283-343) lo reprodujo en su obra con el
propósito de refutarlo. Xi Kang (223-263) es, en cambio, un autor conocido.
Pensador y poeta famoso fue miembro de “los siete sabios del bosque de bambú”,
un círculo de amigos y bebedores que alcanzó cierto renombre. Sabemos así mismo
que rechazó un cargo político y que fue ejecutado como elemento asocial.
La controversia entre Bao Yingyan
y Ge Hong se centra en los príncipes. Bao Yingyan sostiene que existe una
dialéctica entre los príncipes y los vasallos, entre los fuertes y los débiles
y que el pueblo está destinado, en esa división, al trabajo, a ser la fuerza
bruta, pero que para explicarla es del todo innecesario (como ya apuntara Xun
Zi), quizás incluso ridículo (como insinúa el texto), acudir a la fundamentación
cosmológica del cielo.
“Los letrados confucianos
sostienen: <<El cielo dio vida al pueblo y, con ello, estableció un
príncipe>>. Pero a propósito de esa oración expresada por el augusto
cielo cabe preguntarse si este se dedica realmente a componer arengas. Los
poderosos abusan de los débiles de manera que estos resultan dominados; los
inteligentes embaucan a los necios de suerte que estos acaban trabajando para
los primeros. La dominación de los débiles es el resultado de la instauración
de príncipes y vasallos; el trabajo consiste en la gestión de la fuerza bruta
del pueblo. La subordinación y el mando proceden de la lucha entre fuertes y
débiles así como de la relación entre inteligentes y necios, sin que el cielo
azul nada tenga que ver en ello”.
Como en otros autores taoístas
este estado de separación se contrapone a la edad de oro en la remota
antigüedad cuando no existían ni príncipes ni vasallos, ni egoísmo ni guerras y
sí la libertad: “En los tiempos de la remota antigüedad no había príncipes ni
vasallos […] Las masas hallaban la felicidad en la satisfacción de su voluntad
[…] La autoridad y el interés egoísta aún no habían florecido; la desgracia y
el desorden aún no intervenían. Los escudos y alabardas carecían de utilidad
alguna y no se construían murallas defensivas ni fosos”
.
Pero una vez establecidas las
diferencias sociales ya es imposible precisamente evitar el desorden tan temido
por confucianos y legistas, sus métodos para intentar controlar la situación no
pueden sino resultar ineficaces y patéticos, de nuevo la metáfora del agua del
Laozi expresa como una fuerza mayor, la provocada por estas contradicciones, se
impone a todo intento Yang de armonización:
“Una vez fijadas las posiciones
de príncipes y vasallos, la vileza de las masas aumenta día tras día de modo
que sus brazos se agitan con frenesí por entre los grilletes y sus cuerpos
acaban exhaustos en medio de una lacerante miseria. Y es que pretender alcanzar
la paz mediante los ritos y lograr el orden mediante la imposición de castigos
y recompensas, mientras el señor es presa del desasosiego en lo alto de su
palacio y las gentes del pueblo arden en agitación atrapadas en la penuria, es
igual que intentar canalizar las aguas que se precipitan vertiginosamente en
tromba desde el cielo y que manan impetuosas sin cesar con la ayuda de un
puñado de tierra o que intentar obstruirlas con un dedo”
La exposición argumentada de Bao
Yingyan continúa mostrando como la dialéctica príncipe-vasallo conduce a la
ruina y miseria de los de abajo y cómo este estado de penuria y maldad degenera
en una escalada belicista incontenible, que de ningún modo puede explicarse por
una disposición agresiva innata en el hombre ya que en la edad de oro sólo se
infringían castigos simbólicos y sin embargo nadie transgredía las normas. Se
cierra así la argumentación. Si los males sociales han devenido como
consecuencia del establecimiento de las diferencias sociales, de la separación
entre príncipes y vasallos, la ausencia de príncipes no puede comportar ningún
mal mayor a los que ya se padecen. ”Por mucho que intenten equiparar al
príncipe con un padre y de confundir la piedad filial con la obediencia al
superior, la ausencia de príncipes no puede en ningún caso resultar peor que su
existencia”
Xi Kang va a polemizar con Zhang
Miao mediante réplicas y contraréplicas sobre el carácter innato del estudio,
que él niega, y sobre la dietética y su relación con la inmortalidad. En
principio podría sorprender el interés por este último tema, pero como señala Jean
Levi en el prólogo al libro
la dietética no es sino una
técnica para alcanzar la inmortalidad y como todos los hábitos el régimen
alimentario depende del poder político, al recusar la alimentación tradicional
se cuestiona a su vez la jerarquía y el sistema de valores confucianos. Para Xi
Kang el rechazo a los honores y la abstinencia de los cinco cereales caminan de
la mano. Para los taoístas los cereales, esto es, la agricultura, es un veneno.
Con la civilización los hombres caen en el ámbito de lo excremental. En cambio,
alimentarse de la recolección salvaje como en la edad de oro ocurría o como
hacían los primeros taoístas al retirarse a los bosques supone fortalecerse. A
la ayuda dietética se le puede añadir las técnicas gimnásticas y la imitación de
los animales. Para Xi Kang, siguiendo el pensamiento de Zhuang Zi, la ascesis
mística supone el regreso a la confusión propia del animal, del niño o del
salvaje, por ello, la realización del hombre transita por la indistinción y el
embotamiento. Xi Kang critica los deseos porque encarnan la manifestación de la
conciencia separada; subyugada por lo externo la subjetividad olvida su propia
interioridad para entregarse a los placeres.
Para Xi Kang la inclinación
natural, innata, de la gente es la seguridad, el rehuir el peligro y la
ociosidad. Como Bao Yingyan, Xi Kang, defiende esta ociosidad que ya se daba en
la edad de oro en la que lo importante y virtuoso era, como apunta el Laozi,
llenar la barriga. Después de la edad de oro surgieron las distinciones y las
clases sociales y con ellas el humanitarismo y la justicia para enmarañar las
mentes y los títulos para disciplinar las conductas. El estudio no tiene nada
de innato, si se estudia no es por autenticidad, por verdadero interés
intelectual, sino para obtener un beneficio egoísta, por un cálculo preciso de
intereses, algo ajeno a la espontaneidad que preconizan los taoístas. La
diatriba anticonfuciana recuerda algo las críticas de Nietzsche a la filosofía:
“Considero que nuestras aulas de
estudio no son mas que salas mortuorias […] son como palabras proferidas por
espectros de difuntos, que los seis clásicos son rastrojos y escorias, que el
humanitarismo y la justicia apestan a putrefacción, que la lectura de los
libros chamusca los ojos, que las genuflexiones y las reverencias provocan
joroba […] y que, por consiguiente, conviene deshacerse de todo ello para
comulgar de nuevo con la dimensión original de los seres”
Se trata pues de volver a la edad
de oro, al período anterior a las jerarquías y divisiones sociales, de acabar
con los instrumentos que posibilitan tales divisiones, como es la cultura,
particularmente la escritura, como lo son las formas de conciencia intencional.
La propuesta es un primitivismo radical que libere a los hombres de la explotación
del trabajo. “Si pudiéramos regresar a la remota antigüedad, cuando se
gobernaba el mundo sin la escritura, comprobaríais que es posible alcanzar la
paz sin tener que estudiar y que es posible la felicidad sin tener que
trabajar”
***
El taoísmo filosófico casi
desaparecerá tras estos autores, sin embargo su influencia será determinante en
las numerosas revoluciones campesinas que se darán en China. Ngo Van
ha puesto de manifiesto
como el taoísmo canalizó las luchas de las masas campesinas contra la opresión.
También el taoísmo será determinante en la elaboración de la pintura y su
teorización
en todas las escuelas aunque especialmente patente en la expresionista.
Finalmente, el taoísmo será fuente de inspiración para todo tipo de bohemios y
artistas, tal es el caso de Li Bai entre otros.